JUAN CARLOS OROZCO

¿qué ha sido de aquella bella necesidad de amar?

Antes, remábamos contra corriente, estirando los brazos hasta que casi se desprendieran de nuestros cuerpos. Atravesábamos montañas y añorábamos, al menos, una sonrisa; una pequeña muestra de afecto que nos susurrara que el amor era, ciertamente, correspondido.
Un suspiro de placer que venía desde los pies y tocaba la cabeza, haciendo que flotáramos en una ilusión magistral y aparentemente eterna. Nos ponían alas, y cuando el amor se terminaba, nos las cortaban y sufríamos, sufríamos y mil veces sufríamos por aquellos tiempos de antaño en los que éramos capaces de volar. Ahora, vivimos y morimos en la misma jaula. Esperando.