top of page

Jazzeando en domingo.

  • Foto del escritor: Juan Carlos Orozco
    Juan Carlos Orozco
  • 5 feb 2017
  • 6 Min. de lectura

La mañana había comenzado joven, con un olor a perro cubriendo mi cama, a tempranas horas de la madrugada. No pude hacer más que seguir durmiendo, hasta que el hambre y los ladridos constantes me obligaron a levantarme, con toda la fuerza de mi cuerpo, hasta estar completamente de pie. Y caminé con un paso torpe por los pasillos hasta sentir el viento dominical y el sol matutino.


Mi desayuno estaba rodeado de confusión; mil pensamientos rondaban mi cabeza, especialmente los de ella y los míos, que colisionaban una y otra vez, causando múltiples regaños en contra de mis infinitas distracciones que me azotaban continuamente. Con cada masticada, recordaba la bebida que la noche anterior había inundado mis torrentes sanguíneos, hasta el punto de dejarme con una amnesia total y ahogarme en mis propias memorias, con el estómago vacío y la mente llena.


Tras finalizar, tomé un baño largo y caliente, pensando en que con cada raspar del estropajo era un segundo más de tardanza. Y así lo fue, hasta que salí apresurado y tomándome varios minutos en arreglarme para impresionar a un montón de pomposos desconocidos que me esperaban en aquél viejo teatro de la ciudad. Y tras el largo trayecto, me reencontré con un cálido rostro, el cual me saludó de manera afectuosa y alegrándose de verme. Le sonreí a mi buen amigo, y apresurado por la hora, pisé el acelerador, mientras hablábamos de cosas mundanas, tales como el amor, la vida y las propias drogas que tanto estampaban nuestras aventuras, así como la aleatoriedad de nuestras vivencias y el constante impulso de idiotez que manejaba nuestras acciones.


Tras dar miles de vueltas y andar con un paso apresurado por las calles del centro, dimos con aquél teatro, y admiramos su pórtico que deslumbraba sus dieciséis columnas arquitrabadas de orden corinito y su fachada de mármol con nueve musas, cada una expresando un tipo de arte con Apolo en el centro. Y debajo de ese, una frase que marcaría nuestra estadía en la ciudad: “Que nunca llegue el rumor de la discordia”.


Una vez dentro, nosotros, los buenos amigos, no pudimos más que admirar la magnificencia de los asientos, quedando boquiabiertos con tener presente cada uno de los músicos. Y tras dejar apagados los celulares y acurrucándonos en nuestras butacas, no hicimos más que observar la velocidad con la que todos los músicos interpretaban cada tema de jazz, en un ritmo constante, con altos y bajos, de un lado hacia otro.


El primer intermedio fue el más impresionante, pero el segundo fue el que nos tomó por sorpresa. Tan así que salimos, confundidos e impresionados, planeando la siguiente encrucijada del día. Y así como así, a él se le secó la boca y le pidió por algo de humo y nicotina que le rasgara la garganta, matándolo poco a poco hasta alcanzar su preciada muerte, a la cual le rogaba que le jalara de la carne de las pantorrillas hasta sus gélidos brazos. No pude consolarlo de su deseo, ni mucho menos ponerle sobre la mesa la opción de ir a comprar cigarrillos. Lo único que pude hacer, fue señalarle lo obvio: a aquella joven, solitaria y silenciosa, que se encontraba en la esquina de la explanada del teatro, fumando pacientemente a la espera de que sonara aquél timbre que tanto le recordaba a sus pasiones. Y para mi sorpresa, se tragó la pena y caminó hacia donde ella se encontraba. Yo no pude hacer nada más que encender mi celular y mirar las notificaciones, pacientemente, hasta que él llenara su organismo de aquél vicio que tanto me coqueteaba. Pero no regresaba, y las excusas para quedarme en mi lugar escaseaban. Así que alcé la mirada y lo vi, dialogando tenuemente, hasta que volteó hacia a mí y me invitó a acercarme.


Y ahí fue cuando lo supe; supe que él había encontrado algo que calamara su vicio. No de la necesidad de mamar de aquél partero de cáncer, sino de la droga que le calmaría sus penas. Hablamos poco los tres; hasta fueron banales nuestros temas de conversación, y cuando los timbres sonaron, intercambiamos nombres y nos despedimos; yo rogando por no verla, y él esperando a encontrarla saliendo de nuevo. Y mis palabras hacia él fueron de insistencia para que consiguiera su número, o al menos memorizara su nombre.


Tras sufrir otros constantes orgasmos auditivos y darle mil vueltas a lo que aquella mujer en mis pensamientos representaba, no pude alejarme de la idea de que mi amigo, aquél hombre que tanto apreciaba y que estaba a mi lado izquierdo atesorando el teatro, se encontraba pasando por uno de los mejores momentos de su vida. No podía leer sus pensamientos en aquél silencio que compartíamos, pero lo que sabía era que en su mente estaba la misma pasión que yo sentía por aquella mujer de nombre tosco que tanto insomnio me producía; supe que él deseaba a la desconocida fumadora. Y así como entramos, salimos con la misma prisa, hablando de cómo un pianista se había besado con un amigo en común que nos habíamos encontrado en aquél teatro, en la multitud de ancianos que ansiaban por ver algo de música en vivo. Y tras estar afuera, yo hablaba con el tercero involucrado, mientras que mi amigo miraba entre la gente en el mismo lugar en donde nos la habíamos encontrado. Tras haberla divisado, apresuradamente me preguntó por su nombre, el cual yo se lo dije de manera firme, añadiendo que fuera por ella. Y lo hizo, la siguió apresuradamente, con la excusa de pedirle otro cigarrillo. Y con el tiempo, poco a poco se fue disipando la multitud hasta que quedamos los cuatro, y pronto nuestro amigo en común también partió, con una historia digna para ser contada hasta a sus mismos nietos; la historia de cómo se había besado con un músico joven y de talla internacional.


Antes de irnos, un hombre blanco y de avanzada edad se nos acercó y nos preguntó por una de las canciones que se habían tocado, la cual era Las Mañanitas. Nunca había intentado explicarle a un extranjero la gran importancia de esa canción para la cultura mexicana, y él se percató de su grandeza, pensando que había sido el himno nacional lo que se había interpretado.


No sé ni cómo convencimos a una desconocida de que nos acompañara a tomar café y comer en una cafetería perdida en la ciudad, pero así sucedió. Fuimos los tres en mi auto, hablando de la magia de la música clásica, confundidos y dispuestos a disfrutar de la tarde.


Estando ahí, los temas fluyeron sin censura; hablamos de drogas, pasiones, amores y hasta de tristezas, siempre acomodadas con una risa amplia y con una expresión de júbilo. Nos insultamos y nos quisimos, mientras que yo hacía el camino para que mi amigo se enamorara una vez más. Y así fue.


Tras horas de comer lonches, tomar café junto con té y reír de temas aleatorios, nos dispusimos a regresar a nuestros hogares. Ella se separó de nosotros en cierto punto de la ciudad, mientras que mi amigo y yo continuamos viajando hacia su hogar. Y tras haber llegado, sellamos nuestra amistad con un largo trago de ron, enternecidos por la magia del día, al borde del llanto, y con un historia lista para ser contada al día siguiente.


Tras un año de conocerlo, nunca había entendido sus palabras. Había escuchado que él hablara del amor y las mujeres. Y justo cuando había pensado que lo entendía, conocí el amor en un rostro familiar. Cuando lo hice, sentí que ya lo había alcanzado, pero esa misma tarde, después de que nos despedimos de nuestra nueva amiga en un teatro en la ciudad, me di cuenta que de nuevo él me había superado porque había perdido el sentido de su vida y lo había reencontrando, justo en el momento en que yo lo hacía. Disfruté mis cinco minutos de sabiduría y tomé de la misma botella que él, compartiendo la dicha de su amistad y animándolo a la aventura de querer de nuevo. Y no fue hasta en la noche en que recibí un mensaje suyo, “Es ella”, sabiendo que por fin había recuperado aquellas ganas de vivir.


Todo finalizó con una sonrisa que ambos compartimos, en un atardecer dominical y con un largo trago de alcohol, prometiéndonos no regarla una vez más y disfrutar del bello domingo que de manera tan abrumadora nos había golpeado.


 
 
 

Comments


Entradas destacadas
Entradas recientes
Archivo
Buscar por tags
Síguenos
  • Facebook Basic Square
  • Twitter Basic Square
  • Google+ Basic Square
  • Twitter - Black Circle
  • w-facebook
bottom of page