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Tequila y chela

  • Foto del escritor: Juan Carlos Orozco
    Juan Carlos Orozco
  • 9 ene 2018
  • 8 Min. de lectura

Y sí. Ya ve que yo siempre vengo y nunca hablo, caray. Nomas me quedo aquí sentado y le tanteo a la mesa hasta encontrar lo que le ordené, y no le hago al feo porque ni veo si la copa está limpia o sucia. Usted puede darme una con palomillas entre vivas y muertas y aun así me lo tomaría. Lo bueno es que ya se la sabe lo que le pido: un tequila Siete Leguas y una Corona, tequila chela, tequila chela y las botanas que vayan cayendo. Que las papas, que las tostadas, que los tacos, las flautas hasta llegar a la torta ahogada. Y usted creerá, pues, que no me puedo ni levantar de todo lo que me tomo. Pero pues borroso ya no puedo ver, así que a puro tanteo; ya me conozco este lugar. Sé cuántos pasos tengo que darle para llegar al meadero ese y hasta en qué dirección debe de ir el chorro para chingarse los hielos; hasta sin salpicarse, caray. Y no podré verlo bien ­─y ni bien, pues─, pero escucho su tallar, eh. Escucho cómo se pasa el nudillo por el párpado, así como si quisiera ya sacarse el ojo. Yo que usted me checo eso. De tanto tallar le salen a uno las lágrimas y hasta le huele chistoso el nudillo, ya con pestañas impregnadas. Eso me pasó, no crea que le cuenteo. Le platico con un tequila, para que ya me traiga mi torta ahogada.


Y sí. A mí me pasó lo que a usted, sólo que ningún viejo me advirtió de lo que pasaba. Yo trabajaba frente a una computadora, día y noche, sin hacerla de tos. Viera pues que uno no le es fácil conseguir chamba con sólo la secundaria trunca, pero pues ya ve, uno que conoce a los licenciados en las cantinas, usted sabe. Una copa aquí, otra allá y ya es su mero mero compadre, en especial de esos que llegan de traje y salen con el nudo de la corbata ya deshecho. La corbata, ¡mi abuelo le decía mecate! Y uno de esos licenciados, de esos perfumados y con tono rimbombante, de esos que piden de los pomos más caros se me acercó y me dijo Don Juan, porque pues así me llamo, Juan. Y que me dice Don Juan, de esa de la tuya, refiriéndose al Johnnie Walker, pues. Pero era la mía, y así se le refería el Licenciado ese. Y se la echaba en una sentada. Era el único que tomaba de esa botella, de la negra, porque en mi cantina iba puro taxista y camionero que con puro tequila. Y me invitaba él mi tequila. Me invitaba tequila porque para él sólo los licenciados bebían güisqui, y pues yo era cantinero, ex camionero y ex taxista, así que me tocaba el tequila. Y me daba de este mismo, viera usted. Del mero mero Siete Leguas, así le amarré el cariño. Y un día le conté de mis sueños de ser licenciado y emborracharme con mi güisqui, y me decía Don Juan, a pesar de no ser ningún don, porque ni a los treinta andaba yo cuando me lo hice compadre. Me decía Don Juan, yo le saco chamba. Venga a mi oficina, y me daba su tarjeta. Y ya me veía usted, no como ahorita, sino peinado y viendo para dónde apuntaba el zapato bien lustrado, pues. Porque uno no podía pararse en la oficina con el zapato sucio. Y siempre que iba la doña secretaria me decía no, joven. Ahorita no se encuentra, o no, joven, salió a una diligencia, y cada noche me lo encontraba al licenciado y me decía no, Don Juan, si llegué a la hora o no, Don Juan, si me hubieras esperado, así que me daba de nuevo su tarjeta. Y no se la hago larga, pues, si terminé regresando cada día por un mes, hasta que lo esperé, aunque la doña secretaria me viera feo y los demás licenciados de ahí quisieran correrme. No fue hasta que llegó y me recibió diciéndome Don Juan, así como me decía en la barra en las noches. Y ya me llevó a unas oficinas acá cerca, en una de las calles de la plazoleta, unas de gobierno. Y me sentó ahí, platicó con sus cuates y me consiguió la chamba. La chamba era pesada, pues. Pero chamba es chamba. Uno no podía hacer mucho mas que sentarse primero en una nalga y después en la otra. Pasaban las horas y yo seguía escribiendo y ya ni me acuerdo qué era. Si una carta pal gober, que para la secretaría de transporte, que otra para otros licenciados.


Y sí. No tardó mucho en darme esa comezón, de la misma que le da a usted, de la misa que hace que se talle de esa manera. Y me tallaba y tallaba, desde que llegaba hasta que me iba, mis ocho horas. Incluso cuando venía a las cantinas y pedía de mi botella, ahora sí mi compadre licenciado me dejaba tomarme. Y yo decía que era licenciado, porque al final todos en el trabajo me decían así. Ya me decían el Lic. Juan, así todo elegante. El Lic esto, el Lic aquello. Oiga, Lic, se ve bien guapo, me decían las secres, que ya no eran tan doñas como la de mi compadre. Me decían que mi ojo estaba bien rojo, y les respondía que sí, que era porque me daba comezón, como si tuviera algo. Yo creía que era porque la computadora me lastimaba, pero ya lo sentía siempre. Incluso cuando dormía. Pero no me empecé a preocupar, daba igual que me quitara todas las pestañas con el nudillo y me oliera así de simpática la mano, casi casi como a lágrimas. Y me dieron ganas de ir al médico, de esos que te echan luces a los ojos y te dicen si te tatemaste la vista por tanto ver al sol o por ver muchachas, como decía mi abuela que nos cachaba con sus revistas. Y pues fui y me dijo que tenía una basurita, y yo le dije que cómo, y me dijo que pues sí. Le dije que si me la sacaba, y me respondió que eran doscientos varos. Y le dije que sí y pues se puso a darle. Me puso frente a la máquina y me dijo que no parpadeara, y ya. Se puso a verle, hasta que dijo que ya no la veía, y le dije que cómo, que ahí andaba, y me dijo que ya no, que se le había ido. Y pues me fui, y de todas maneras me dijo que eran doscientos, y le dije que cómo si no me sacó nada, y me dijo que eso costaba el servicio, y pues por miedo a que a la siguiente me quitara el ojo se los di y me dijo que muchas gracias y yo no le dije que de nada, pero en mi mente le mandé a recordar el día de las madres.


Y sí. Esa noche no me picó el ojo, tal vez a la mera y había sido un bichillo trepado en la pupila y pues me dije que qué chido. Caminaba todo contento y hasta las secres me decían que me veía diferente, con los ojos bien claros. Y pues todo iba bien, hasta que en mi descanso me di cuenta que me estaba tallando el ojo, pero no el derecho, ahora el izquierdo. Esa picazón que traía el día anterior, pero del otro lado. Y pensé que tal vez eran mis nervios, pero la picazón se había vuelto más molesta, así que agarré doscientos pesos y fui con el médico. Llegué y le dije que la picazón había vuelto, que estaba ahora en el otro ojo, y me dijo que a ver, y le dije que nomas no me vaya a cobrar doscientos, y me dijo que así era el negocio y le dije que pues está bien. Y ya me senté en el banquito y se puso a ver, y dijo que sí, que ya veía dónde estaba y lo apuntó en una hoja. Me dijo que no parpadeara, para que no se moviera, y prendió su máquina y se quiso meter a mi ojo, pero ya no lo vio. Ah caray, dijo que ya no estaba. Y le dije que cómo, que chacara el otro ojo. Y checó el otro ojo y ahí estaba, y no me lo va a creer, que justo cuando lo iba a sacar, se le movió de la aguja, y lo estuvo persiguiendo por todo el ojo, y justo cuando lo iba a sacar, se le fue. Así que me dijo que a ver, que cambiara de ojo, y ahí estaba la condenada basurita, bien puesta. Y lo mismo, persecuciones más estresantes que de película de vaqueros. Y pues ya, se rindió. Dijo que no podía sacarla, que era un bicho el que traía, que mejor una cirugía. Le dije que gracias, que cuánto era, y me dijo que cuatrocientos, y le dije que por qué, y me dijo que por ser dos ojos.


Y sí. Hice de todo. Metí mi cabeza abajo del agua para que se muriera, pero no se murió. Incluso me quité las pestañas, una por una, esperando a que le diera el sol y se muriera, pero no se murió. Nada servía, nada de nada. Junté mis ahorritos e hice que me despidieran para que me dieran una lana extra en la chamba, y con eso pagué al cirujano. Me sacó fotos y le habló al otro médico para que le contara también mi bronca, y le platicó y no se la creía. Me checó los ojos y ahí vio la basurita en un ojo, y luego en el otro, bailando como carcajeándose. Me dijo que es peligroso el que me haya quitado las pestañas, que me podía quedar ciego, pero con tanta incomodidad en mis ojos, ese sería el menor de mis problemas. Y me operó, hizo lo que pudo. Levantó capas, hizo agujeros, iluminó, movió partes, hizo lo que no. Casi casi me quitó los ojos, los lavó con alcohol y me los volvió a meter, con la esperanza de que se haya ido la basurita. Lo que sé es que cuando desperté de la operación ya no tenía comezón de nada, creí que la había matado.


Y sí. Pero no. A la semana me quitó los vendajes y pude ver con claridad. Yo pensaba que por la operación iba a ver todo volteado, pero no. Todo como si nada. Pero al día siguiente, al estar leyendo el periódico, el ojo derecho me empezó a picar. Ahí fue cuando dije que nel, que ya no iba a ser así. Por lo que me salí de la casa, me tapé el ojo izquierdo y me le quedé viendo al sol. No sé cuántas horas pasaron, pero logré ya no ver nada. Lo que sí sentía era picazón en el otro, y como ya me había acostumbrado a no ver, hice lo mismo con el izquierdo. Vi el sol con ambos ojos cristalizados hasta ya no ver ni la cercanía de los objetos. Y la picazón seguía ahí. La méndiga picazón seguía ahí, no veía ni madres y seguía picando. Así me los quité.


Y sí. Me los quité. Me quedé sin ojos y sin vista. Me quedé sin nada mas que mi oscuridad y esta cantina frente a mi casa que ya conocía de memoria. Chambeo pidiendo limosna en las calles y vivo como puedo, así ciego y todo, a duras penas me baño, pero al menos me mantengo vivo gracias al tequila y la chela y la comida de cantina. Pero sabe qué, la verdad es que yo le recomiendo que se vaya a checar. Y si le sigue picando, chéquese de nuevo y saque eso como pueda. Porque eso sí, si el animalillo ese no se le sale ahorita, nunca se saldrá. Y tendrá que aprender a vivir con la picazón en el ojo por toda su vida. Lo bueno es que se calma con el alcohol, eso sí. Es mi recomendación, váyase a checar y tómese sus copitas con toda confianza, porque yo ni quitándome mis ojos me deshice del bichito ese o basurita o como se llame que me sigue dando lata día y noche. Y nomas con mi tequila y mi chela se me olvidan las ganas de tallarme los agujeros que tengo.


Y sí. No me ha llegado mi torta ahogada y ya llegué la cuota. Si me falta una copita más dígamelo, que de todas maneras ya me acabé esta que traigo.


 
 
 

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