top of page

La nada en su rostro

  • Foto del escritor: Juan Carlos Orozco
    Juan Carlos Orozco
  • 30 may 2017
  • 3 Min. de lectura

Hay sangre por todo mi cuerpo, y a pesar de todo, no has logrado romperme.

Soy tu espejo del baño, el que te ve en cada mañana que vienes a visitarme. Soy yo, el que te mira desnuda de pies a cabeza, sin quitar la mirada de tus esquinas ni hacer muecas juzgándote los pliegos que te sobran y faltan en cada una de ellas. No parpadeo ni siento morbo al verte posar ante mí, dando vueltas sobre tu eje, a veces con una sonrisa orgullosa y otras al borde del sollozo.

Usualmente amaneces descansada, a excepción de los fines de semana. Te levantas como puedes y cuando abres la puerta no controlo mis ganas de verte de nuevo, acercando tu rostro al mío con esas manchas oscuras bajo tus párpados que tanto odias, pero que a mí me encantan, porque hace que te acerques más a mí. Y cuando acabas de bañarte, te arreglas conmigo, y de vez en cuando te animas a pedirme un consejo. “¿Crees que este color se me ve bien?, ¿debería salir con él?, ¿me siento lo suficientemente feliz como para usar esta blusa?”.

Hay noches en las que llegas extraña, siempre sola. El maquillaje en tu rostro se empieza a correr y entras al baño corriendo al escusado y vomitas. Luego me volteas a ver, con la cara deshecha y los ojos rojos y me preguntas que qué tan borracha te ves. Es el único momento en el que puedes escuchar mis palabras, a lo que siempre te digo “Te ves bellísima”, lo que usualmente te hace reír y confirmar que realmente estás hasta la madre de alcoholizada. Te diriges a tu cama y no te vuelvo a ver hasta la mañana siguiente, en la que te preguntas que por qué eres así de complicada. Yo intento consolarte, diciendo que son cosas que pasan, pero tú ya no me escuchas.

En las últimas semanas te noté diferente, ¿sabes? No tenías la misma expresión de jodida que acostumbras usar. Digo, no es que te vieras mejor que antes ni mucho menos, lo que pasa es que habías estado cargando algo más pesado de lo que sueles ponerte sobre tus delgados hombros. En un principio lo ignoré, hasta que ayer te vi con lágrimas en los ojos y una pistola en la mano.

No apartaste la mirada de mí, y parecía que intentabas buscarte en tu reflejo: desconocías a la persona que había frente a ti, entre tú y yo. No te encontrabas en tus arrugas, y en tus ojos ya no percibías el mismo brillo que suele acompañarte, como si hubiera un fondo blanco en tu pupila, buscando salir de éste y consumirte de fuera hacia dentro. Sudabas y temblabas de miedo, no pensé que te quisieras hacer tanto daño. Y te hablé, con todas mis fuerzas grité tu nombre al punto de hacer temblar el cristal que nos separaba, pero no podías escucharme: estabas decidida a jalar del gatillo.

Y yo intenté, te juro que lo intenté. Pero la depresión ya te había arrancado la cordura de tus manos. Ya no había una vuelta atrás en lo que sea que te estuviera persiguiendo, porque a pesar de verme todos los días, nunca te atreviste a contarme lo que te afligía. A mí, tu fiel consejero y aquél que estuvo frente a tus ojos siempre, diciéndote lo bella que te veías incluso cuando tú estabas al borde del colapso emocional.

Y eso no te detuvo. Pusiste el arma dentro de tu boca, y apuesto que sentiste su metálico sabor. Yo quería salir de mi jaula de cuatro esquinas para apartarte de tu cruel decisión que habías tomado sin consultarme, y de un golpe ponerte ante la realidad de que mis mañanas ya no serán lo mismo una vez que la bala te haya atravesado. Pero, así como me era imposible romper el cristal, también lo era el quitarte tu decisión: tu pupila se iba haciendo cada vez más blanca, hasta que jalaste del gatillo.

Sin duda alguna nunca te sentí más cerca como en ese momento, en el que tu sangre estaba esparcida por todo mi cuerpo mientras que el vidrio ni si quiera se había cuarteado. Y en la sangre en mi rostro sentí tu presencia, escurriéndose lentamente, hasta abarcarme en mi plenitud y secarse en los bordes que había entre el vidrio y el marco de madera, dejándote por siempre escondida de los ojos de los demás, siendo nuestro secreto compartido, en el que ya no tendría que verte, porque estarías aferrada en mi piel hasta que fuera destruido.


 
 
 

Comments


Entradas destacadas
Entradas recientes
Archivo
Buscar por tags
Síguenos
  • Facebook Basic Square
  • Twitter Basic Square
  • Google+ Basic Square
  • Twitter - Black Circle
  • w-facebook
bottom of page