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Ojalá todo fuera como el cabello.

  • Foto del escritor: Juan Carlos Orozco
    Juan Carlos Orozco
  • 20 feb 2017
  • 3 Min. de lectura

Hoy tengo marcada esa frase, más que nunca en la vida. Suelo cortarme el cabello cada medio año, ya que mis traumas de la infancia y mi extrema holgazanería me mantienen lejos de los peluqueros, y hoy coincidió que me quité la barba, después de meses de andar como vagabundo, simplemente con exceso de espíritu universitario.


En un principio me vi en el espejo y vi los años frente a mí; me vi joven por primera vez en mucho tiempo. Observé mis mejillas, la barbilla, la piel lisa que se me hacía alrededor de los labios y lo grandes que son mis orejas. Y realmente así soy; soy un niño que camina con un disfraz de adulto por la vida. Soy aquél mocoso que quiere ser grande, pensando que sabe lo que quiere mientras cabalga con una barba despeinada y demasiado gel en la cabeza, o al menos el suficiente para calmar mis chinos que sobresalen entre las pasadas del peine engomado.


Y sé que de aquí a dentro de una semana, tal vez dos, ya habrá sombra en mi rostro. Poco a poco, con el pasar de los días, iré sumando años en mi apariencia, hasta volverme a poner sobre la espalda la edad que se me ha rebajado. Ojalá todo fuera como el cabello, que regresa con el pasar del tiempo.


Que los viejos amores y amigos regresaran con el paso de los días, con una sonrisa plasmada en su cara, con una mueca de felicidad y sin cicatrices en sus palabras. Que estuvieran aquí, como si nada se hubiera dicho, o en algunos casos, como si todo lo hubiera sido.


Ojalá todo fuera como el cabello. Que las vivencias pasadas se repitieran constantemente, pero sólo las buenas y alegres. Aquellas que nos plasman alegrías y nos calientan la cabeza. Las que nos protegen de los golpes constantes de la vida y hacen que todo valga la pena, que estuvieran rebobinándose como la música en nuestros oídos.


Ojalá que todo fuera como el cabello. Que cuando nos lastimen, cuando nos amputen una extremidad o nos corten las alas, no tengamos que sufrir de su ausencia, sino simplemente arrinconarnos a que crezcan de nuevo nuestros sueños, incluso más fuertes y amplios, gruesos y difíciles de ser arrancados.


Pero qué bueno que no todo es como el cabello. Que los temores no regresen en cada temporada, ni que las viejas inseguridades crezcan hasta el punto de verse lindas en nuestro cuerpo. Que mientras más tupida sea una carencia, nos engorde el ego y hasta la hermosura.


Qué bueno que no todo es como el cabello. Que las personas que nos han lastimado no se expandan conforme pasa el tiempo, y que abarquen peso e importancia en nuestros recuerdos. Que todo lo que sufrimos a lo largo de las vivencias sea algo estético, adornado con moños y peinadas extravagantes, que no los amarremos sobre nuestras cabezas y los presumamos ante la sociedad, como si lo vivido fuera algo digno para nosotros.


Y de ser como el cabello, no todos seríamos dignos. Algunos tendríamos más de qué quejarnos, mientras otros les sobraría. Buscaríamos eliminar los recuerdos de ciertas partes, mientras que nos preocuparíamos por la carencia de otras. Poco a poco perderíamos los amores, o aumentarían. Y sin duda no sería algo continuo, ni mucho menos deseado. Estaríamos a la incertidumbre si dentro de unos años llevaremos el mismo estilo de vida, moldeando nuestras penas y alegrías a nuestro gusto, o con el fin de complacer a alguien más. Unos sufrirían por tener de sobra, mientras que otros por no tener nada.


Qué bueno que no todo es como el cabello, porque de ser así, no valdría la pena vivir al día, sabiendo que regresaría con el pasar de los meses. Quedémonos con el presente, con que mañana seremos calvos y lampiños, y estemos a la expectativa de que en cualquier momento despertaremos sin un pelo en el cuerpo, sintiendo la brisa acariciar cada ángulo, y enfriarnos lentamente, hasta permanecer en un constante orgasmo que nos orille a la muerte. Y tal vez renazcamos en una nueva forma espiritual en la que todo es banal e insignificante; en donde la realidad es la que vivimos y nada es para siempre. Así que muramos, con la duda si mañana viviremos de nuevo.


 
 
 

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