La pasión del sexo y la naturaleza humana.
- Juan Carlos Orozco
- 19 mar 2017
- 5 Min. de lectura
La pasión es el último esbozo de la naturaleza humana. Es aquella fuerza que mueve nuestros cuerpos en la búsqueda de la perfección, al grado de llevarnos al filo del orgasmo: sentir nuestro pecho un fuego ardiente que repta por nuestra garganta y sale disparado por cualquiera de nuestras extremidades, haciéndole el amor a lo que deseamos, ya sea el deseo continuo o uno temporal.
El buen sexo puede llegar a ser subjetivo, y el que complazca a las partes involucradas no significa que haya logrado su fin último. El buen sexo es el que se mueve en un ritmo armonioso en gemidos y suspiros en una contienda entre aquél que la produce y el que la percibe, en un acuerdo bilateral y cambiante de satisfacción física y psíquica, donde hay roces, besos y caricias, e incluso arañazos y mordiscos en un torbellino entre las sábanas, haciendo que los sujetos se junten más y más hasta el punto de unirse en un mismo latido. Es la coordinación de empujones y percepciones que van a la par con los deseos, mismos que pueden variar dependiendo de los gustos de los sujetos. Mientras que un mal sexo tiende a ser torpe e incomunicado, casi al borde de algo molesto. Y cada persona tiene un ritmo en el acto carnal, así como un gusto por las pasiones. Unos prefieren que les muerdan los genitales, mientras que otros se van más por las caricias y los besos. Se puede llegar a desear los roces gentiles, mientras que otros prefieren los golpes continuos y moretones.
La pasión es lo que mueve al sexo. Y puede venir en dos variantes: la física y la psíquica. Y ya que la pasión es lo más humano, es concebible que haya una actividad que ejemplifique a cada una. El deporte es la pasión física, mientras que el arte es la psíquica. Siendo que vivimos en un mundo en donde la supremacía de un grupo o ideas es más grande que el resto, es claro que una de las dos pasiones tiene que ser superior a la otra. ¿Qué es más humano? ¿El arte o el deporte?
El arte tiene su nacimiento en la mente; es la razón misma la que lo evoca en las expresiones humanas. Es la creación de algo manifestado por una persona en la búsqueda de la comunicación entre individuos. Y sin duda puede ser expresada de manera física, pero no se debe confundir esto con la actividad mental que produce. Su fin último es afectarla: es causar admiración; una unión entre ambos hemisferios del cerebro que haga que lleguemos de nuevo al mítico orgasmo.
La subjetividad del arte radica en los mismos principios del sexo. A unos pueden gustarles ciertos apretones y a otros que les rocen con la lengua curvaturas precisas del cuerpo. Y sin duda ésta no puede entrar por la fuerza a la mente de los receptores. Así como el buen sexo, el arte entra con el consentimiento. Y como éste nace del mutuo acuerdo, el arte debe de entrar porque se está abierto a ello. Abrimos nuestro cuerpo para darle la bienvenida, o simplemente no nos estamos negando a sentir su penetración y roce por nuestros sentidos. Tenemos ya la idea preestablecida que el arte causa un placer que va más allá de las percepciones terrenales. Es la marcha continua que va de un lado a otro, producto de la razón y la expresión.
El deporte, a diferencia del arte, es la imposición física. Es el domar a la contraparte y forzarla a inclinarse, a ser subyugada y humillada. La idea de que existe el profesionalismo no es más que ignorar la naturaleza de la competitividad, siendo esto último uno de los rasgos más primitivos del ser humano. El placer que nace de ganar en algo es más grande que los orgasmos sexuales, en el sentido de la dominación. Toda persona desea ganar, y el deporte evoca esto. Renace los instintos primitivos en los que se busca derrotar al resto de los sujetos en una acción en la que sólo un grupo consigue la permanencia y supremacía.
Ésta pasión nunca se ha visto censurada, a pesar de haber sido llevada en algunas partes de la historia humana por causas políticas. El deporte se ha impuesto como la distracción ante problemáticas sociales, tal y como se ve en México y el fútbol, en donde coinciden partidos de suma importancia para la Federación Mexicana de Fútbol con la toma de decisiones de gran peso para la nación ―generalmente de índole política―. Y el deporte se impone. Se hace notar en las escuelas, en la televisión y en todo tipo de eventos. Mientras que un deportista puede forrarse de dinero con el hecho de ser un buen jugador, un artista puede morir de hambre en la búsqueda de dar a conocer su esencia.
Nadie nos pregunta si queremos vivir o no la experiencia del deporte. Llega de golpe a nuestras vidas cada tanto, creando discordia y llevando a las personas a armarse hasta los dientes, buscando matar por el equipo. El amor al deporte puede llegar a ser más grande que el amor a la vida. Nace de un nacionalismo extremista y de ultraderecha, ya que todo aquél que es seguidor de un equipo contrario al de uno, es considerado como una raza inferior que debe de ser exterminada, siendo sujeto de bromas que pueden atentar diferentes esferas sociales, como la racial, sexual, económica, clasista, etc. La lista puede ser tan amplia dependiendo de la creatividad del interlocutor.
Podemos decir que ambas variantes nos hacen humanos, ninguna ponderada sobre el otra. Así como los instintos primitivos nos conducen en las relaciones personales, el crear algo con el uso de la razón nos puede llevar a lograr ciertos objetivos en el día a día. Y qué mejor que hacer una combinación de ambos: lograr la magnificencia del arte a través de la competitividad, visto el disfrute o la expresión artística como una actividad deportiva.
Lo que distingue a los humanos de otros animales, es que el sexo lo hacemos utilizando la pasión. Y como se menciona con anterioridad, el arte es lo psíquico y el deporte es lo físico. Es imposible ―o difícilmente lograble― el forzar a alguien a disfrutar plenamente de cierto tipo de arte, pero es sumamente cotidiano que en el deporte se practique la imposición, y hasta sea aceptado socialmente. Si partimos ahora de que la razón nos distingue de los humanos, y que el arte es producto de la misma, mientras que el deporte es la competencia primitiva, se puede afirmar que el arte nos hace humanos y el deporte revive la barbarie y los instintos animales de nuestra genética. Por ende, si separamos ambas definiciones aplicadas en el sexo y nos vamos a sus extremos, se llega a una conclusión de que el arte es hacer el amor y el deporte es la violación. Por lo que si se desea tener un buen sexo, es necesario el uso de la mente y las percepciones, y no de la competencia ni la dominancia. Esto no significa que tengamos que ignorar o satanizar el aspecto físico, ya que sin este, el sexo no podría elaborarse, por lo que para tenerlo y disfrutarlo, se necesita de ambas.
Sin embargo, la naturaleza humana no radica en el buen sexo. Ahí se partiría desde el punto de vista de qué hace humano a quién. Lo idóneo sería un equilibrio en la pasión, el usar el aspecto físico con el psíquico para lograr el balance deseado, usando más de uno que de otro, dependiendo de cómo se muevan los sujetos involucrados. Al final, cada quién usará sus pasiones para no sólo así lograr el orgasmo de uno, sino en conjunto, ya que las pasiones se viven mejor siendo compartidas, ya sea vivir el deporte o el arte.
Comments