Que no llegue el rumor de la discordia
- Juan Carlos Orozco
- 7 may 2017
- 3 Min. de lectura
Él te vio, ahogada en tu miseria. Sufriendo, temblando y al borde del colapso. Las lágrimas se lanzaban en caída libre desde tus ojos. Los de él también enrojecieron, y al igual que la sangre que fluía por sus venas, las palabras hirvieron. Se gritaron durante más tiempo del que merecían, sus gargantas se expandían para dejar salir el coraje y la ira que los abordaba. Tenías tus razones para odiarlo en ese preciso momento; que te importara una nada, que se largara de tu vida. Y él también diría lo mismo de ti, quería dejarte ahí mismo, desvanecerse y no verte nunca. Pero él te quiso buscar y entender, entre grito y grito que se arrojaban. Él intentaba cubrirte con sus brazos y calmarte, sólo queriendo comprenderte. Pero tú te retraías, tus manos huían de las suyas mientras que de tus ojos las lágrimas brotaban.
“Es que no entiendes, no entiendes ni un carajo”, es lo que no parabas de decirle, entre llantos y miradas de desprecio. Pero conforme ambos se escuchaban, lograste ver que él te entendía. No sin antes verlo explotar, estallar en un golpe firme hacia la superficie y maldecir todo lo que eran, en lo que se habían convertido.
Y cuando callaste, pudiste observarlo. Lograste estar firme, sin quitarle los ojos de encima. Él estaba al borde del colapso, al igual que tú. Su mirada se perdía en la infinidad y su voz temblaba. Juraste que podías ver las lágrimas salir de sus ojos y las miradas de vergüenza que había sobre ellos. Estiraste tu mano y sentiste su rostro; lo acariciaste y lo tomaste. Tocaste su cuerpo en búsqueda de consuelo. Y cuando terminó de expulsar todo, lo besaste. Lo besaste y sentiste sus caricias y frotes, disfrutaste de su paso y lo demostraste. Sentías su respirar en tu cuello, a la vez de lo tenue de sus mordiscos. Después se apoyó sobre tu pecho y hablaron, ya tranquilos y llenos de sufrimiento. Se habían tenido, enamorados y encabronados; ahora él estaba recostado sobre ti mientras que tú le besabas la frente.
Ambos sabían que no podía seguir así. Tú temías a que él saliera más lastimado de lo que ya estaba, y él sólo quería sacarte de tu dolor. Tú sabías que lo estabas consumiendo tan rápido como el fuego sobre la gasolina, y a pesar de tus advertencias, él no se iba. Su terquedad lo dominaba y se quedaba junto a ti, sintiendo tu respiración. Ambos volvieron a llorar. Tú sabías que él merecía algo mejor de lo que tú podías darle, al menos en ese momento de tu vida en la que la discordia los inundaba. “Que no llegue el rumor de la discordia”, era lo que lo motivaba a él, que se aferraba a tu pecho. Le hiciste saber que no estarían juntos. Le hiciste saber que no lucharías por él, que seguirías siendo la misma y que la vida muy probablemente se lo llevará lejos, junto con alguien que sí le dé su lugar. Pero él no quería escucharte. Había tomado la decisión de sostenerse de lo poco que les quedaba. Pero sabías que él entendería, no esa misma noche en la que se habían roto y compuesto. Pero sí que se daría cuenta que no vas a cambiar y que él no debía de conformarse.
La conclusión a la que llegaron fue quererse y estar en sus vidas, dar vueltas, ir y venir y compartir sus labios. “Algún día encontrarás a alguien, que no soy yo, y te vas a casar con ella”, fueron tus palabras, “por el momento, tienes que vivir. Salir allá y disfrutar de la vida, y tal vez en unos años, dos o tres, me tengas de nuevo”. Y tras mucho insistir de tu parte, tras soportarle la mirada, después de que él apreció lo cálido de tu rostro y lo bello que se veía con el reflejo del farol en la oscuridad, seguido de que soltaras más lágrimas y sonrieras mientras acariciabas su rostro, su barba y bigote, su pecho y sentir el latido de su corazón, él guardó silencio. Cerró los ojos, sintió tu mano pasando por su cuerpo y sonrío torpemente. “Nunca te vayas de mi vida. Voy a buscarte, y en unos años te tendré”, fue su promesa. Y se quisieron mucho, hasta separarse y perderse cada uno por su rumbo, adentrándose a la incertidumbre de la realidad que los espera.
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