Ser mexicano
- Juan Carlos Orozco
- 13 sept 2017
- 1 Min. de lectura
Tener un pulso que haga fluir la sangre en los riachuelos de mi cuerpo, misma agua enrojecida que se ha dejado derramar sin un destello de compasión sobre los pilares derrumbados de nuestro suelo.
Es una astilla que nos amarra a un latente recuerdo, una comezón que irrita la carne y produce una sensación permanente, ya que el dolor y la ira evitan que los olvide, a aquellos que han optado por izar en las ruinas y cadáveres la bandera que nos une.
Ahí la siento, a la astilla que con cada rasgar de mis dedos se hunde más en la carne, rogándome, implorándome que no la saque. Que no la olvide.
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