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Uno

  • Foto del escritor: Juan Carlos Orozco
    Juan Carlos Orozco
  • 9 oct 2017
  • 2 Min. de lectura

Puedo verte, allá a lo lejos, en una esquina de hojas estrujadas de tinta. Sentada, acostada, parada. Te veo ahí, aprisionada entre bordes rayados y garabatos conmovidos. Te sueño, caminando taciturna, susurrando versos en una voz que rasga mi superficie.


Tu carne llama a la mía. Un rozar invisible araña mi palma, la hace vibrar en un suspiro que sólo tu piel reconoce como suyo. Me atrae, me jala instintivamente en la oscuridad que se ajusta a mi talla. Me arrastra, con una energía tenaz que no me suelta, no quiere soltarme. Me toma de la mano y me coloca sobre tus muslos, tus pantorrillas. Y el picor calma. La comezón desaparece y las ganas de yacer con tu cuerpo me toman desde algo más profundo que mis propias células.


Nuestra oscuridad se mezcla. Se junta y se combina. Nuestras sombras se convierten en la misma. Estoy tan cerca de ti que tus latidos erizan mis vellos. Puedo escuchar tus leves gemidos escalando por mis oídos, pero no puedo abrir los ojos. No puedo, porque sigo entre la sombría viscosidad. Entonces vuelvo a escucharte, la voz que repta entre el abismo causando ecos en el fondo de donde nos encontramos. Y siento tus labios, tu carne rozando la mía, tus manos en mi rostro y el respirar en mi cuello. Tu voz, tu esencia. La humedad de tus lágrimas y el latir de tu torso. Te acercas, estás cerca. Te tengo aquí, estamos tan juntos… tan juntos que puedo abrir los ojos y ver el destello de tus pupilas, iluminando la mitad de tu rostro y la luz que fluye de tus lágrimas.


Puedo verte, aquí cerca, junto a mí en la esquina de hojas estrujadas de tinta.


 
 
 

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